Ciclos

Eran terremotos. En su mente. En su corazón. Pero eran reales. Se sentían bastante reales. El piso se movía, se movían las ramas de los árboles, los pétalos de las flores, cada gota en las hojas se balanceaba independientemente. Cuando miró con más cuidado se dio cuenta de que, en realidad, cada partícula tenía vida propia. No era un terremoto. Era la vida naciendo de la vida. Muy extraño pero muy familiar a la vez. Una sensación conocida mas hace tiempo olvidada. En ese espacio, justamente, era donde todo iniciaba. El origen. Un origen conocido hace muchísimo tiempo, años, pero de alguna manera enterrado en el fondo de su ser. Porque el dolor genera, a la larga, un eterno juego al escondite. Y de repente, algo raro, nuevo, externo, o conocido, retumba en el universo. Y cada destrozo, cada cambio, provoca orden nuevamente. Provoca claridad. Todo se reacomoda. Un rompecabezas soltado a metros sobre el suelo y que cae perfectamente armado. Y era tan obvio, pero a la vez no. Esa obviedad le desconcertaba. ¿Cómo no lo vio antes? ¿Por qué no lo hizo antes? Estúpido miedo. Eso fue. Miedo a que no fuera mutuo. Miedo a asustar.

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